EL SOSPECHOSO
1
El padre Esmerado había salido temprano y en realidad nadie sabía a dónde había ido. Un día antes, durante la misa dominical, dijo que se preocupaba por los robos y asaltos que se presentaban en el país.
-Ya no respetan ni las iglesias -dijo-, pero qué bueno y gracias al Señor que aquí en esta iglesia nunca nadie nos ha robado.
Pero esa mañana todo el mundo se preguntaba a dónde iría el cura. Su auto no estaba en la cochera, su ropa estaba en orden, su celular estaba ahí, sus anteojos, su maleta… todo estaba ahí.
-Bueno –expresaron las dos monjas-, el padre Esmerado tiene derecho a darse su escapada.
Pasaron tres días y el cura llegó de nuevo al pueblo. Su sorpresa fue grande: en la caja fuerte de la iglesia habían desaparecido cien mil pesos durante su ausencia. Lo primero que hizo fue llamar a las monjas e insinuar sospechas que el robo había sido perpetrado por ellas. Flavina –la monja más joven y menos fanática en su religión- se incomodó por las insinuaciones del párroco y fue a la Agencia del Ministerio Público a presentar denuncia.
-¿Usted es la propietaria del dinero que desapareció? Preguntó la autoridad.
Flavina quedó triste y preocupada por no poder presentar la denuncia ya que el resguardo del recurso robado estaba a cargo del padrecito Esmerado.
-Padre –expresó la religiosa- el agente del Ministerio Público dice que la persona indicada para denunciar el robo es usted.
-No, hija –apuntó el párroco-. Yo no quiero escándalos. El pueblo está en santa paz, gracias a nuestra labor religiosa y sinceramente no quiero levantar escándalos.
Al siguiente día el sacerdote llamó a todos los que colaboran en la iglesia, desde algunos feligreses que frecuentaban a ese sitio sagrado, topiles, mayordomos hasta las mismas monjas. Todos expresaron no saber nada al respecto. Nunca a nadie vieron sospechoso durante la ausencia de Esmerado. El lugar donde se ubicaba la caja fuerte siempre estuvo cerrado bajo llave. Nadie tenía acceso.
Sin embargo, el padrecito en todo momento insinuó que las autoras de la desaparición del dinero eran las monjas, fundamentándose en el hecho de que en el sitio del robo dejaron tirada una dona para recoger cabellos.
“El robo, sin duda, había sido cometido por mujer o mujeres”, pensó.
¿Quién realmente había sido el autor de ese robo? El dinero desapareció cuando el padre Esmerado había salido durante tres días. Sin lugar a dudas no fue él quien robó. Porque ¿cómo realizar semejante acción estando ausente?¿Cómo perpetrar semejante acto sabiendo que es pecado, pues el Decálogo es muy claro al decir No robarás?
Pero es verdad que el resguardo del dinero estaba a cargo del cura. La llave para abrir la caja fuerte con ciertas combinaciones ha estado siempre en manos del sacerdote. Cuando le pidió una de las religiosas que presentara denuncia del robo para deslindar responsabilidades, el párroco se negó.
Ja, pero el dinero no era de él, era del pueblo. Un dinero que se había juntado con la aportación de los más pobres, quienes creyendo que de esa forma servían a Dios, daban unas monedas al sacerdote aunque algunas veces se quedaban sin comer.
2
-Padre, venga usted a comer –dijo la cocinera-; ya está su comida.
-No doña Esmeralda, esta vez no quiero comer.
La cocinera se acerca al cura. Y poniendo en práctica el mandato divino, abraza al sacerdote y le da un beso en los labios y le dice:
-¿Y ahora por qué no quiere comer, padre?
-Cállate, no me preguntes. Estoy molesto.
Después de un prolongado silencio, agregó:
-No entiendo quién nos roba las limosnas. Hace ocho días que vacíe las alcancías de todos los santos y al revisarlas ahora las encontré igual de vacías. ¡Cristo Jesús! Ahora no sé con qué pagaré la colegiatura de mi hija… mmm perdón, de mi sobrina.
-Padre, olvídese de eso por el momento –calmó doña Esmeralda-, recuerde que el Señor hace milagros.
-Tienes razón, hija; con un Padrenuestro el dinero aparecerá en alguna parte.
“Je je je je, si papi, digo padre” –pensó la cocinera-, “por ejemplo, podrá aparecer mañana en tu caja fuerte, je je je”.
3
Molesto porque ya no recibía dinero de la autoridad municipal, tal como habían acordado, Esmerado entró casi en forma violenta a la oficina del alcalde y espetó religiosamente:
-Hijo de… Dios. Sí. Así es. Hijo de Dios… ¿Qué pasó? ¿Por qué te has olvidado de mí? Hace un año bien que nos entendimos. Todos los impuestos que pagaron los vendedores ambulantes fueron para ti y a mí me diste lo que se recaudó por el pago de las entradas en las corridas de toro. ¿Y ahora qué pasa hijo?
El munícipe quiso responder, pero el cura no le permitió y siguió hablando.
-Ahora te estás pasando. No sólo no me diste lo de las entradas, sino que me fregaste cobrando tú los locales de los vendedores ambulantes que se colocaron al frente del atrio de mi parroquia. Además, te diste el lujo de pintar con el color de tu partido el poste donde vuelan los artistas papantecos.
-Ah, bueno –exclamó el alcalde, acariciándose nerviosamente sus bigotes de morsa vieja. Luego agregó:- ahí señor sacerdote hicimos un acuerdo.
-Sí, eso sí, pero si tú no cumples con ese acuerdo, de inmediato vas ahora mismo a despintar el poste; de lo contrario no te dejo que sigas con tu proselitismo político en el atrio.
-Está bien, señor cura, está bien. Por el momento le doy este pequeño adelanto.
-Je je je je, así se habla hijo. Te juro que te aseguras el reino de los cielos con esta importante generosidad que haces con este humilde intermediario divino.
4
Llegó el sábado y el albañil tenía que echarse una cerveza. Desde luego necesitaba un acompañante para libar. Él y su amigo quisieron romper la monotonía de siempre. Acordaron ir a tomar sus cervezas a un tugurio de Tecamaluca. Al entrar se llevaron una sorpresita: el padre Esmerado estaba ahí, sentado en un taburete del lugar, pero no estaba solo, estaba acompañado por una dama. El trabajador de la construcción lo reconoció enseguida a pesar de que el párroco se había puesto una gorra en la cabeza.
-Padre, ¿y usted qué hace aquí?
-Estás equivocado, yo no soy padre –respondió molesto-, me confundes, yo no soy padre –repitió.
Al poco rato, el sacerdote desapareció. Salió por una puerta posterior del tugurio y abordó un taxi que lo estaba esperando. Huyó.