TODOS NOS ODIAN
Desde que su padre le dijo que “todos nos odian”, el niño Ángel, de forma inconsciente, se preparó mentalmente para enfrentarse a ese mundo “hostil” que le circundaba.
“Todos nos odian”, repetía constantemente.
Cuando caminaba sólo por las angostas calles de su pueblo, lo hacía con temor, con su mente alerta. A nadie le hablaba ni le saludaba. Avanzaba de prisa, mirando de reojo a todos lados, teniendo cuidado de no ser sorprendido por alguien, porque muy en el fondo sabía que “todos nos odian”.
Cierto día, ya por la nochecita, su primo Karlín lo fue a ver a su casa y, asustado, le dijo:
-Ángel, ven, acompáñame. De tras de mi casa alguien salió corriendo. Ven, vamos a seguirlo para ver quién era.
Ángel, sin pensarle más se fue con su primo.
Eran como las 10:00 de la noche. Las calles estaban ya solitarias. En el pueblo no había alumbrado público. Ángel y Karlín echaron a correr por donde supuestamente había ido el individuo. Como a dos cuadras desaceleraron sus pasos. Caminaron despacio. Se dirigieron al centro de la población.
A pocos metros de llegar al palacio municipal, Karlín vio a dos personas platicando cerca de ahí, bajo la luz tenue de un foco del parquecito. Karlín le dice a su primo:
-Mira, Ángel, creo que es ese el que estaba escondido atrás de mi casa. Vamos, ven, hay que golpearlo.
Ambos se abalanzaron sobre uno de los individuos y lo golpearon hasta más no poder.
Ambos se abalanzaron sobre uno de los individuos y lo golpearon hasta más no poder.
Toda la familia estaba bajo la línea de “todos nos odian”, lo cual con el menor pretexto desataban fuertes enfrentamientos con cualquier persona.
Una vez el niño Ángel se estaba protegiendo de la lluvia bajo la cornisa de un bar. Escuchó que en el interior comenzó una riña. Se asomó por la puerta del local y se percató que dos individuos estaban golpeando a su tío.
Preocupado, el niño salió corriendo para avisarles a su papá y demás tíos. Inmediatamente toda la familia, entre tíos y tías, salió con piedras y palos para ir en auxilio del familiar que se encontraba en aprietos.
Los defensores del tío no sólo golpearon a los supuestos agresores, sino que destrozaron todos los muebles y mercancía del bar. La respuesta de “todos nos odian” fue contundente.
En cierta ocasión Karlín se hizo de palabras con un parroquiano. Éste no se arrugó, como se dice vulgarmente, a pesar de que su contrincante tenía una estatura de 1.95 m. karlín era de 1.60 m de estatura. Como si fuese un toro de lidia, se le metió al enemigo debajo de sus piernas y lo tumbó en un caño. Con la sola caída, el hombre de gran estatura empezó a gritar. Se le había roto el hueso de una de sus piernas.
Karlín salió satisfecho. “Tienen que aprender de no odiarnos”, susurró.
Con esta bronca callejera, Karlín acumuló cuatro denuncias penales en la Agencia del Ministerio Público. Tenía cuatro órdenes de aprehensión. A los pocos días fue arrestado por las autoridades judiciales.
Pero al día siguiente estaba libre de nuevo, porque una de sus hermanas tenía amistad con un diputado priísta, quien de inmediato intervino. Karlín se encontraba dispuesto para seguir delinquiendo y seguir enfrentándose con el mundo “hostil” que los odiaba.
Una vez Karlín les dijo a su esposa e hijos que cuando muriera que no le avisaran a nadie de su deceso, para que nadie se pusiera feliz por ese desenlace fatal, pues seguía pensando que todos los odiaban.
Años más tarde, Karlín falleció. Nadie tocó las campanas en señal de haber muerto alguien, como se acostumbraba en su pueblo.
El cuerpo del difunto lo llevaron de noche al panteón para que nadie se cerciorara del fallecimiento.
En efecto, nadie se enteró de la muerte de un hombre que todo el tiempo se sintió perseguido y odiado por la gente, aunque el problema sólo estaba en su cabeza.