BIENVENIDOS

Hola amigos del planeta, bienvenidos a este sitio, en el que encontrarán textos originales del autor, cuentos y poemas, algunos de los cuales están escritos en náhuatl debido a que en el municipio de Rafael Delgado, Veracruz, México, aún se conserva esta lengua nativa de estos lares.(Pedro Enríquez Hdez.)



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12 oct 2010

TODOS NOS ODIAN

TODOS NOS ODIAN 

Desde que su padre le dijo que “todos nos odian”, el niño Ángel, de forma inconsciente, se preparó mentalmente para enfrentarse a ese mundo “hostil” que le circundaba.

“Todos nos odian”, repetía constantemente.

Cuando caminaba sólo por las angostas calles de su pueblo, lo hacía con temor, con su mente alerta. A nadie le hablaba ni le saludaba. Avanzaba de prisa, mirando de reojo a todos lados, teniendo cuidado de no ser sorprendido por alguien, porque muy en el fondo sabía que “todos nos odian”.

Cierto día, ya por la nochecita, su primo Karlín lo fue a ver a su casa y, asustado, le dijo:

-Ángel, ven, acompáñame. De tras de mi casa alguien salió corriendo. Ven, vamos a seguirlo para ver quién era.

Ángel, sin pensarle más se fue con su primo.

Eran como las 10:00 de la noche. Las calles estaban ya solitarias. En el pueblo no había alumbrado público. Ángel y Karlín echaron a correr por donde supuestamente había ido el individuo. Como a dos cuadras desaceleraron sus pasos. Caminaron despacio. Se dirigieron al centro de la población.

A pocos metros de llegar al palacio municipal, Karlín vio a dos personas platicando cerca de ahí, bajo la luz tenue de un foco del parquecito. Karlín le dice a su primo:

-Mira, Ángel, creo que es ese el que estaba escondido atrás de mi casa. Vamos, ven, hay que golpearlo. 

Ambos se abalanzaron sobre uno de los individuos y lo golpearon hasta más no poder.

Toda la familia estaba bajo la línea de “todos nos odian”, lo cual con el menor pretexto desataban fuertes enfrentamientos con cualquier persona.

Una vez el niño Ángel se estaba protegiendo de la lluvia bajo la cornisa de un bar. Escuchó que en el interior comenzó una riña. Se asomó por la puerta del local y se percató que dos individuos estaban golpeando a su tío.

Preocupado, el niño salió corriendo para avisarles a su papá y demás tíos. Inmediatamente toda la familia, entre tíos y tías, salió con piedras y palos para ir en auxilio del familiar que se encontraba en aprietos.

Los defensores del tío no sólo golpearon a los supuestos agresores, sino que destrozaron todos los muebles y mercancía del bar. La respuesta de “todos nos odian” fue contundente.

En cierta ocasión Karlín se hizo de palabras con un parroquiano. Éste no se arrugó, como se dice vulgarmente, a pesar de que su contrincante tenía una estatura de 1.95 m. karlín era de 1.60 m de estatura. Como si fuese un toro de lidia, se le metió al enemigo debajo de sus piernas y lo tumbó en un caño. Con la sola caída, el hombre de gran estatura empezó a gritar. Se le había roto el hueso de una de sus piernas.

Karlín salió satisfecho. “Tienen que aprender de no odiarnos”, susurró.

Con esta bronca callejera, Karlín acumuló cuatro denuncias penales en la Agencia del Ministerio Público. Tenía cuatro órdenes de aprehensión. A los pocos días fue arrestado por las autoridades judiciales.

Pero al día siguiente estaba libre de nuevo, porque una de sus hermanas tenía amistad con un diputado priísta, quien de inmediato intervino. Karlín se encontraba dispuesto para seguir delinquiendo y seguir enfrentándose con el mundo “hostil” que los odiaba.

Una vez Karlín les dijo a su esposa e hijos que cuando muriera que no le avisaran a nadie de su deceso, para que nadie se pusiera feliz por ese desenlace fatal, pues seguía pensando que todos los odiaban.

Años más tarde, Karlín falleció. Nadie tocó las campanas en señal de haber muerto alguien, como se acostumbraba en su pueblo.

El cuerpo del difunto lo llevaron de noche al panteón para que nadie se cerciorara del fallecimiento.

En efecto, nadie se enteró de la muerte de un hombre que todo el tiempo se sintió perseguido y odiado por la gente, aunque el problema sólo estaba en su cabeza.



4 oct 2010

A MI PUEBLO

A MI PUEBLO


Invisible encuentro de dos poblados, de dos culturas, una ciudad, un pueblo. Orizaba y Rafael Delgado, el primero, antes Ahahuilizapan y el segundo, antes Chiahualpa y más tarde San Juan del Río. Inicio del sinuoso camino de la sierra de Zongolica, cuna de fuertes y enhiestos árboles y de gente campesina de callosas manos. Casas, gente, familias, que borran la huella colindante de los dos poblados. Calles aún desnudas a pesar del transcurrir de los tiempos y de la llegada del siglo XXI; iglesia tradicional conservada y venerada por la presencia de la efigie de San José, hijo de Jacob, “el hombre justo”.

Jala, Pilla. Jaló o no jaló, pero ahí está Jalapilla, con su gente trabajadora, luchando, batallando. Ya no tienen nada que ver con los hacendados como en otros tiempos, ahora son autónomos, son campesinos, son obreros, albañiles, profesionistas, comerciantes, artesanos, etc. Son parte de Rafael Delgado, municipio que aunque lento, crece y camina, surgiendo así otros asentamientos como los de Novillero, Las Sirenas, Boquerón, San Isidro, Huizachtla, San Miguel, etc.

Aquí no hay Novillero Chico ni Novillero Grande, simplemente Novillero, en el que también radica gente de otros lugares formando una mezcla poblacional con los nativos de la localidad. Casas, viviendas, hogares, niños, hombres, mujeres, es gente de Novillero que vive, camina y transita cerca o en la orilla del camino de Jalapilla-cabecera municipal.

Antes del puente, el ejido, sí, el ejido San Juan del Río, que se extiende tanto a uno como a otro lado: Shalapa, Cien Hectáreas. Las Sirenas, San Isidro, Huizachtla, San Miguel; estas no son personas, son nombres de los asentamientos humanos desordenados que se han establecido como consecuencia de la dispersión poblacional de Rafael Delgado. Ejido destrozado, otrora zona de siembras y de cultivos agrícolas; ahora tomado por área semiurbana y de asentamientos, comunidades serias y de crecimiento sin urbanización reglamentada hasta el momento: hectáreas y hectáreas colindadas, sin fraccionamientos en manzanas, ni calles ni avenidas, simplemente desorden que le está diciendo adiós al ejido y a la reserva ecológica del municipio y del parque ecológico nacional.

Los vecinos de este pueblo también cantan las golondrinas para decirle adiós al río que atraviesa el municipio, río contaminado desde San Andrés Tenejapan hasta el destino final del afluente.

Puente y campo deportivo, dos vecinos que ayudan cotidianamente a la gente de la cabecera municipal: deporte y trabajo. Es el único puente que ve y mira el número de personas que van y regresan diariamente; es el campo deportivo que sabe cuántos juegan y cuántos no lo hacen, cuántos deportistas y cuántos no lo son.

Pasando el puente, se abre un abanico más amplio que expone y habla de un tema en específico: el pueblo de Rafael Delgado, hoy, en la cabecera municipal. Gente nativa de la zona chiahualpense, gente cuyos antepasados ya vivieron en ese pedacito de tierra antes de la conquista, ahora son delguenses, hijos o ahijados de don Rafael Delgado Sáenz, símbolo literario traído de la ciudad de los Treinta Caballeros para inmortalizarlo en un municipio en que alguna vez estuvo presente.

Pueblo campirano que aún se sustenta en las cosechas agrícolas, sembrando y floreciendo nardos, azucenas y gladíolas. Ya no se levanta a las tres de la mañana como fue su padre, su abuelo o bisabuelo, pero se levanta en la punta de los primeros rayos del amanecer para ir al campo con sus azadones, machetes, palas y otros aperos para la labranza. Claro, ya no lo hace a pie, ahora ya se modernizó: va y viene en vehículos.

Ahí está la cabecera municipal con su imponente iglesia que guarda y resguarda a San Juan Bautista, santo venerado por gran parte de los vecinos asentados en esta pintoresca área del municipio. Todo el tiempo el edificio eclesiástico y el palacio municipal se saludan aunque el primero es para hablar de dios y el otro de leyes terrenales, pero ambos sonríen para decirse, al parecer, “no nos queda de otra, tú y yo estamos siempre de frente”.

Ahí está la cabecera municipal sorprendida por los primeros años del siglo XXI y por el arranque del tercer milenio; quedaron atrás los hechos de salida y llegada de los antepasados, de Chiahualpa a Tzoncolco y del Tlácpac a la tierra baja. Ahora sólo recuerdos y comunidades vivientes de Omiquila y Tzoncolco, pueblos hermanos aunque un poco distanciados.

Ahí está la cabecera municipal con sus cinco barrios angostos y alargados como silencios y cantos de La Calandria; de norte a sur y de oriente a poniente; primero, segundo, tercero, cuarto y quinto barrios. Calles de tierra y algunas pavimentadas, paso peatonal y vehicular de los delguenses. Testigos mudos de buenos y malos hábitos: trabajo, escuela, progreso, pero también el sello negativo de un pueblo que falla: vandalismo, vagancia, alcoholismo y drogadicción. Madres y padres amorosos e inteligentes que forman y guían a sus hijos; padres y madres irresponsables que dejan al garete a sus vástagos indefensos. Niños, adolescentes y jóvenes que forjan su futuro; niños, adolescentes y jóvenes que cavan y abren el hoyo de su tumba.

Ahí está la cabecera municipal de Rafael Delgado que no olvida el valor importante de sus antepasados. A pesar del paso de los siglos conserva y resguarda la expresión nativa del náhuatl; no se ríe, mira ni oye en náhuatl porque no puede, pero si canta, habla y escribe en náhuatl, maravillosa lengua legada por los caminantes de Aztlán.

Ahí está la cabecera municipal que no se agacha ni se inhibe ante la mirada inquieta y permanente del Tepoztécatl, Atezcatitla o del lejano vecino Citlaltépetl; al contrario, sonríe y yérguese orgullosa por la flora y la fauna que brindan aquellos, aunque ya debilitadas.

Pueblo de Rafael Delgado, canto, himno, amor, hogar y patria de más de veinte mil almas; Jalapilla, Tzoncolco, Omiquila, barrios y demás comunidades, vida y trabajo por separado, pero amor y unión en el corazón. Ese es Rafael Delgado, antes San Juan del Río, hijo y nieto del señor Chiahualpa.