AÑORANZAS PARA SERVIR
Cuando yo tenía siete años una vez mi abuela me dijo que en mi camino encontraría aves de mal agüero.
“Graznarán con toda su fuerza para que la maldición caiga sobre ti --me advirtió--, pero tú nunca te detengas. En la vida los caminos siempre serán así”.
Mi madre me explicó también que en un pueblo de indios de igual modo suele “cantar” el tecolote.
“Y cuando el tecolote canta --me indicó-- el indio muere”.
Cuando ya tenía 12 años y apenas cursaba el primer año de Primaria, mi maestro me recomendó practicar la lectura leyendo poesías de Salvador Díaz Mirón.
De ellas me gustó una en particular: A Gloria. Aquí entendí que “hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan”. “Mis plumajes serán de esos”, pensé.
Una vez, preocupado de cómo cruzar el río cuando el puente se había desplomado por un temblor, un nativo de la sierra, vestido de manta, sombrero y huarache, me comentó en náhuatl que “mientras el problema sea mayor, mayor deberá ser la calma para poder analizar con inteligencia y encontrar la correcta solución”.
De grande, cuando era estudiante universitario, el periodista Manuel Mejido me dijo que “si vas a ser periodista tendrás que pensar bien a quién servir”
El reportero --me comentó-- podrá trabajar para Dios o para el diablo; para el bien o para el mal; para el día o para la noche. Desde entonces me puse a reflexionar profundamente. Cavilé durante varias noches.
Ahora que estoy al frente de mi pueblo, todas las mañanas, antes de iniciar el trabajo, recuerdo las palabras de mi abuela, de mi madre, de un indio, de un poeta ilustre y de un gran periodista.
Estoy aquí, señores, para servir a mi pueblo, para servirte a ti y a mi prójimo, que, en su conjunto, representan a Dios.
¡Que sigan graznando el pájaro de mal agüero y el tecolote, que ya estamos grandes para hacerles frente!