SOLITARIO
El hombre se asomó al profundo pozo
y me dijo que también me asomara para ver su profundidad. Tomó una pequeña
piedra y la arrojó al fondo. Tardaron varios segundos para que se escuchara el
golpe de la piedra que hizo sobre el agua. Eso indicó que la perforación era
enorme. “Tiene cien metros aproximadamente”, dijo don Roberto, orgulloso de
haber logrado extraer agua de un terreno duro y seco. “Es puro tepetate”, dijo.
Me contó que una vez la noria era
jalada por un caballo que se llamaba Centauro. Era un caballo joven y fuerte,
pero una ocasión se enredó con una reata y cayó muerto. No lo pudo salvar nadie
porque todos, él, su esposa e hijos, andaban afuera. Habían ido a la feria del
pueblo. Por eso nadie lo vio. Cuando llegaron se dieron cuenta que el equino
estaba ahí tirado, ya muerto; pero al palparlo todavía estaba el cuerpo
caliente. Se percataron que el animal acababa de morir. Entre todos tomaron el
acuerdo de comérselo asado.
Don Roberto nunca supo si fue por
eso que su esposa y uno de sus hijos al día siguiente sufrieron un grave
accidente. Dijo que ese día se levantaron temprano. Él iría a ordeñar las vacas
que estaban en un establo ubicado a varios kilómetros de donde vivían. Su
esposa y uno de sus hijos saldrían del pueblo tempranito para llevar al niño a
la escuela de la ciudad más cercana.
Llegaron al cruce más peligroso,
donde había una lámina que decía “Cuidado con el tren”. El conductor detuvo el
vehículo al ver que muy cerca venían los pesados furgones del ferrocarril. Sin
saber por qué, el chofer soltó el freno del autobús y pisó sin querer el
acelerador. El impacto fue brutal sobre los pesados vagones. Don Roberto se
quitó el sombrero y se persignó al decir que muchas personas se despedazaron
por el impacto y diversos miembros de cuerpos humanos se dispersaron por todos
lados.
Desde entonces –dijo- ya no uso el
pozo profundo, porque cada vez que pretendo sacar agua me vienen los malos
recuerdos de mi familia y de mi caballo.