REVOLUCIONARIO
Tras
aquellas montañas nació Alex. Desde niño fue rebelde con su entorno. Rechazó a
sus padres por ser de condición indígena. Estudió el preescolar y la primaria
en su pueblito natal. Era buen alumno. Para hacer la secundaria tuvo que bajar
a la ciudad. Ahí conoció a nueva gente, nuevos amigos. Más tarde, por el buen
puntaje de sus calificaciones, obtuvo una beca. Esta oportunidad le permitió ir
a estudiar al extranjero.
Tenía
ya veintidós años de edad. A pesar de todo seguía con su rebeldía. A partir de
que se enteró de que todo joven es tonto
si no tiene mente de revolucionario, Alex se distrajo de sus actividades
académicas y entró en una etapa de movimiento social junto con otros jóvenes
para protestar en contra de algunas medidas gubernamentales que, según ellos,
eran antidemocráticas y lesionaban los intereses colectivos.
Formó
organizaciones obreras, campesinas y estudiantiles. Hacían huelgas y cerraban
calles para hacerse escuchar.
Veía
todo de cabeza. Partidos políticos corruptos. Gobernantes transas. Pastores y
sacerdotes pederastas. “Hay que componer al mundo”, gritaba ante sus
seguidores, quienes a su vez coreaban a su líder. Su meta era extender
estrategias y conformar grupos y organizaciones similares en todos los países. Utilizaba
medios de correo terrestre y aéreo para divulgar sus inquietudes a través de material impreso.
Pasaron
más de siete años para entender que la tarea era enorme. Sí logró
movilizaciones en algunos países, pero vio escasos y casi nulos resultados. El panorama
existente lo puso a meditar. Se dio una tregua para poder pensar. Pasó un
tiempo y surgió de nuevo para indicar a los demás miembros de su organización que
era menester “trabajar” en un solo país con el objeto de alcanzar las metas
trazadas.
Empezaron
a movilizarse de nuevo, ahora en un territorio específico. Lejos de
lograr sus objetivos, Alex cayó en líos legales y le liberaron varias órdenes
de aprehensión por distintos actos ilícitos concernientes al bloqueo de calles
y autopistas del país. El tiempo había transcurrido. Nuestro personaje ya tenía
cuarenta y siete años. Sus lecturas de ideologías obsoletas, como textos
marxistas-leninistas, no le permitían concebir otras ideas. Sin embargo, cierta
mañana recibió un mensaje en su correo electrónico que le envió su hermana: tener mente de revolucionario a los cuarenta
y siete años de edad también es ser un tonto. Alex se sintió ofendido y
le dolió mucho que dicho mensaje proviniera de su hermana, su única hermana.
Alex
regresó a la ciudad donde hizo la secundaria. Ya no era el estudiante brillante. Ahora
era y líder de organizaciones. Pero ya no era un líder de lujo. Era un líder
corrupto. Se había vuelto su enemigo mismo. Vio que no pudo componer ni
siquiera un municipio.
Caviló
y mandó por un tubo todo su material bibliográfico. Revistas, periódicos... libros. Una mañana
esperó un vehículo destinado a la limpia pública y ordenó al trabajador que se
llevara todo ese material “venenoso”. Cuando el basurero se alejó del lugar,
Alex lloró amargamente y manoteó varias veces sobre el portón de la casa. No sabía
si lloraba por el material del que se acababa de deshacer o lloraba por la
frustración de su vida.
Tuvo
que a asistir con especialistas en psicología. Hoy Alex sabe a la perfección que todo aquel
que pretende componer al mundo lo hace porque no puede componer su interior, su
alma, su espíritu, su estado emocional. Ha entendido que el mundo se compondría
si cada uno de los individuos logra desechar sus dolores interiores y logra
finalmente un equilibrio emocional en su vida. Alex es hoy catedrático de
Filosofía y Letras en la Universidad Nacional. Escribe libros de autoayuda y
hace revolucionar a las mentes para el desarrollo personal.