LA
FILOSOFÍA DEL VASO
Llenarse primero para derramar…
Augusto
siempre vivía cabizbajo, preocupado, pensativo. Sentía como si estuviera
cargando el mundo. Sin embargo, todas las mañanas salía a trabajar para vivir
bien con su familia. Deseaba tener lo necesario pero no lo lograba porque buena
parte de lo que ganaba la donaba en dinero o en especie a algunas familias
pobres de su barrio, principalmente a sus vecinos.
Algunas
familias vivían bien, otras no. Ahí se veían niños descalzos y sin juguetes. A Augusto
le dolía ver ese panorama. “Dicen que sólo en Tanzania hay niños pobres, pero
no”, se lamentaba.
De
entre la gente beneficiada por el hombre caritativo había un señor de barbas,
que con frecuencia se le veía afuera de su casa descalzo y sin camisa,
mostrando una prominente panza. Se ponía a platicar con otras personas que
transitaban por el rumbo. Se sentaban bajo la sombra de un enorme árbol que
estaba en su patio. Charlaban jocosos, se reían, jugaban naipes a mediodía.
Todas
las mañanas Augusto se desprendía desde una tortilla, pan, hasta de un platillo
de comida. Los niños lo apreciaban mucho. Le decían padrino. Algunos señores y
señoras le decían compadre.
Con
el tiempo Augusto se percató de la actitud de don Eligio, el hombre descalzo y
sin camisa. Sin pensarlo mucho pretendió conminarlo y exhortarlo a que hiciera
algo por salir adelante. En vez de agradecer por la ayuda recibida por años, don
Eligio se molestó y le expuso enojado a Augusto lo siguiente.
-Mira,
Augusto. La neta yo nunca te pedí que me ayudaras. Yo así como vivo, vivo
feliz. Duermo y me levanto a la hora que yo quiero. Mi mujer trabaja y de ahí
obtenemos un dinerito. Mis hijos tienen Oportunidades y la verdad no nos hace
falta nada.
-Si
tú nos mandas a veces comida o juguetes a mis hijos ese es tu problema. Y te
voy a decir algo, don Augusto. Si estoy así es porque yo lo elegí. Estamos en
un país con derechos.
-Así
como me ves don Augusto, yo tengo por ahí un “librito” de la Constitución y
siempre me han llamado la atención los primeros treinta artículos en los que se
habla de nuestras garantías y derechos. Yo puedo hacer lo que quiera: trabajar
como esclavo o dormir todo el día como marrano, ¿usted qué?
-Muchos
de los que nos dicen pobres vivimos así porque así queremos. El que quiere ser
trabajador, comerciante o empresario, lo es. Tenemos toda la libertad.
-Ah,
y algo muy cierto y muy importante, señor Augusto. Los ricos y los pobres somos
iguales. Tenemos un cerebro, tenemos manos y pies, ojos, oídos, boca… todo. Además,
también tenemos el mismo día de veinticuatro horas. Podemos hacer lo que
queramos, ser pobres o ser ricos, ser flojos o ser trabajadores.
-Pero
eso qué, amigo Augusto, todos terminamos de la misma forma, en un hoyo del llamado
panteón.
-Además
hay de pobres a pobres. Así como vivo, pobre para muchos, puedo ser rico para
otros. Usted es un rico para mí, pero para otros, de más dinero, usted es
también un pobre. ¿Y cuántas veces le han traído ayuda los ricos?¿Cuántas veces
ha venido a su casa el magnate de Telmex, Carlos Slim, para darle algo que
necesita?
Augusto
sólo hizo una mueca y se retiró sin decir palabras. La breve exposición “filosófica”
del ciudadano descalzo y sin camisa, y con una panza prominente, lo hizo
reflexionar.
Hoy
en día Augusto se conduce más moderado después de entender muchas cosas. Por ejemplo,
ayudar a personas muchas veces se les daña puesto que ya no tienen deseos de
emprender.
Hoy
maneja también una filosofía, pero una filosofía diferente a la de Eligio. Ahora
algunos vecinos le dicen que vive de la filosofía del egoísmo, la cual consiste
en “antes de dar, primero hay que darse”. Es decir, satisfacer todas las
necesidades básicas de uno mismo y después ayudar con los “extras”. “Suena egoísta
pero no”, dice el hombre caritativo. Porque no es posible dar lo que no se
tiene.
-Es
como un vaso vació. Primero hay que llenarlo hasta que se derrame el líquido. Se
va lo que se derrama, afirma don Augusto.
Entendió
finalmente que hay que echarles la mano a los que caen y tienen deseos de
levantarse. No a los caídos y desean seguir echados ahí. Hoy en día Don Augusto
vive mejor y es uno de los hombres que no espera de nadie más que de su propia fe.