PERSECUTOR
Se sintió perseguido, hostigado, buscado, rastreado, cazado, acosado, acorralado…
Su persecutor iba tras él cada vez que emprendía una salida.
Entonces vino a su mente lo más macabro que había hecho en su vida: matarlo.
Para hacerlo tenía que conseguir un arma; una pistola, por ejemplo.
Pero no tenía dinero.
Tuvo que botear en las calles y en los camiones de pasaje, diciendo que el dinero era para su madre quien estaba enferma.
Compró un revólver viejo de seis tiros pero sólo podía disparar cinco balas, la última se quedaba atorada en el cilindro.
Más el persecutor seguía ahí, cerca, muy cerca de él, por lo que la operación de compraventa la hizo con mucha prudencia para que el enemigo no pudiera enterarse del plan.
Planeó matarlo de noche.
Al salir sigiloso de su casa vio que no había nadie.
Miró por todos lados entre la oscuridad, con la pistola en la mano y con el cartucho cortado.
Pero nadie.
Se quedó parado ahí, afuera de su casa.
Amaneció.
Con la luz del sol vio de nuevo a su enemigo.
Sin mediar palabras, giró rápidamente y descargó las seis balas; sólo que la última no disparó, quedó atorada en el arma.
Su sombra siguió ahí.
“Hoy me doy cuenta que sólo muerto yo, desaparecería mi enemigo”, dijo al ver que su sombra no murió.