VIAJERO
Era un día sombrío por la neblina del lugar. El hombre se detuvo al ver trabajosamente el siguiente letrero escrito sobre un madero clavado en un vetusto árbol a la entrada de un bosque: “Un gran viaje comienza con un primer paso”.
Reflexionó. Se dio cuenta que en su pueblo no sólo no había podido avanzar, sino que tenía muchos problemas con la sociedad. Se peleaba con sus vecinos y con frecuencia se enfrentaba con sus hijos, con su esposa.
Al ver el letrero se le metió la idea de alejarse de su lugar de origen para siempre. Pensó en el Catrín, su caballo, al que también lo maltrataba, pues a veces no le daba de comer ni de beber. El equino estaba un poco flaco. Pero ahora pensó en él.
Al tercer día, en la madrugada, emprendió el viaje, sin avisarle a nadie y sin tener un destino específico; sólo deseaba llegar a un lugar pacífico, donde lo entendieran y pudiera vivir en paz.
Cruzó valles y montañas hasta llegar a una zona desértica. Fue ahí donde empezó a sentir el verdadero viaje y el verdadero problema para viajar. Lo poco que llevaba de alimentos lo consumía a cuenta gotas para poder reservarlo en los momentos más difíciles.
Por el caballo no se preocupó tanto al principio porque pensó que comería hierbas en cualquier lugar. Mas estando ya en el desierto se percató que el animal empezaba a sufrir pérdida de fuerzas por no poder consumir la suficiente ración alimenticia.
Hubo un momento en que el caballo cayó. Ya no quiso caminar. El hombre vio que era imposible que su “amigo” pudiera avanzar más, pues el animal estaba moribundo. Lo que hizo es dejarlo a su destino y empezar a caminar a pie. Pero más adelante le sucedió exactamente lo mismo. También cayó. Pero no se daba por vencido. Se arrastró. Se desmayó…
Al reaccionar vio que estaba en un hospital. Preguntó que qué le había pasado. Nada recordaba. La enfermera le explicó lo sucedido. Empezó a recordar algo.
-¿Y mi caballo? –preguntó.
En eso llegaba un médico, vestido con bata blanca, y le respondió:
-No, no hubo ningún caballo.
El galeno, alto, de barbas, de tez blanca y de ojos claros, le explicó que él en realidad nunca viajó en ningún caballo. Lo que consideraba caballo era su cuerpo y él, jinete, era su espíritu.
-Lo que sucedió -le dijo- fue que tú nunca te preocupaste por nutrir responsablemente tu cuerpo. Tus defensas siempre estuvieron muy bajas. Tenías una misión en la Tierra y no lograste cumplir porque no te cuidaste.
En cuanto esperabas llegar a un lugar donde pudieras encontrar paz y tranquilidad –le siguió diciendo el facultativo-, no era posible, porque el caos no estaba en el pueblo donde vivías, sino estaba en ti y sigue estando en ti. Tendrás que meditar y decidirás más tardes qué deseas hacer más adelante.
El hombre ya no pudo moverse. Quedó quieto. Las
aves de rapiña empezaron a rondar el sitio del
cadáver.