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Hola amigos del planeta, bienvenidos a este sitio, en el que encontrarán textos originales del autor, cuentos y poemas, algunos de los cuales están escritos en náhuatl debido a que en el municipio de Rafael Delgado, Veracruz, México, aún se conserva esta lengua nativa de estos lares.(Pedro Enríquez Hdez.)



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19 may 2020

El enemigo

EL ENEMIGO

¡Cómo quisiera tener un arma a la mano, un arma de tu tamaño y fulminarte ahorita mismo con certeza! Vete, desaparécete de mi presencia; ya no me sigas aperreando. Te juro que me fastidias y me irrito aun al saber que si te aviento un golpe no te acertaré; lo más seguro es que te pondrías a reír a carcajadas por mi intención violenta, ciega y fallida. Me exacerbo también al tener en mi mente la idea permanente de que casi eres invencible; de seguro ahora vienes de la casa de los vecinos, satisfecho tal vez de haberlos molestado, y hasta aprovechado, y no hayan podido matarte. Seguramente quisieron matarte en serio: lanzando exabruptos, imprecaciones y toda clase de improperios, alguien martirizado por la ira, pudo haberse levantado trabajosamente, frotándose los ojos y casi cayéndose de la cama prendió la luz. Pero sólo balbucearon: "mil diablos, ya se escapó".

Y ahora estás aquí conmigo, con ese afán renuente de joderme. ¿Qué cuánto te debo? ¿Por qué no te largas a los mil infiernos y te pudres allí para siempre? Al fin y al cabo no eres más que un ser de las tinieblas; bueno, te digo "ser" porque yo pienso que tienes vida. Si, si, tienes vida porque ¿cómo es que vuelas? Eres ser de las tinieblas porque te gusta, te encanta y te fascina aperrear en la oscuridad; además, provienes de quién sabe dónde, de los más sórdidos meandros de las aguas inmundas. Y no echas tufos con tu presencia porque eres pequeño, casi invisible por tu tamaño e insignificancia, cual pavesa levantada por las volutas violentas de una llanta en llamas.

No, vete de aquí antes de que mi cuerpo se enrojezca plenamente y me levante preso por la ira y me lance sobre de ti más furibundo que el mismo diablo, amenazado por un crucifijo. Vete. No quiero levantar la voz porque podría despertar a mi esposa, a mis hijos, a mis vecinos. Ándale, lárgate inmediatamente...

Después de estas maldiciones, Andrés quiso ignorarlo; su rostro estaba mojado, lleno de sudor; las gotas le escurrían de la frente a las orejas. Quedó pensativo por un momento: "¿me levanto o no? Puedo incorporarme rápidamente y correr hacia el interruptor y prender la luz, y este maldito me lo pagaría... no; puedo despertar a Juanita... a..., pobrecita". Levantó la cabeza y pretendió mirar de cerca la cara de su esposa; pero la oscuridad reinante le impidió. Únicamente extendió la mano en busca de la figura femenina y se la puso en la cabeza por el lado de la oreja izquierda, ya que la mujer yacía de lado, con la frente hacia el tablado de la casa al cual se encontraba adosada la humilde cama.

Su mente en ese momento se pobló por un alud de pensamientos tocante a un sinfín de problemas. Tenía que levantarse a las cinco de la mañana para ir a su trabajo, el cual estaba amenazado por un inminente cierre de la fábrica: en ésta había escasa producción. En el último mes de diciembre tuvieron broncas serias con la empresa para que les repartieran los aguinaldos. "¿En dónde trabajaré si la cierran? En esos días tenía que inscribir a sus dos hijos en la secundaria; a su hija, la única y menor, también la tenía que inscribir en la primaria. Se requerían grandes gastos: las cuotas de inscripción, los cuadernos, los libros.,. Ya no quiso pensar más; además, "ese" maldito no lo dejaba en paz.

Y estalló en cólera.
-¡Con una chingada, ahora sí: te haré pedazos!
Mareado, se incorporó súbitamente, caminó a tientas en la oscuridad; ya de cerca, vio el luminoso botón del interruptor. Prendió la luz. No tenía el arma que quisiera tener: algo al tamaño del enemigo. Pero si tomó un periódico viejo que estaba allí, en una mesita; lo enrolló en forma de bate y, furioso, lanzó una mirada de lince por todo su alrededor. Sobre el viejo tablado nada había: sólo unos retratos en blanco y negro de su esposa e hijos. Detuvo ahí un poco la mirada, les sonrió ligeramente. A un lado de uno de los cuadros colgantes percibió una pequeña mancha negra. Se frotó un poco los ojos con la mano izquierda y aproximó mucho su rostro, con sumo cuidado. Como si se tratase de un enemigo realmente invencible y peligroso, le asestó un golpe duro, seco y rápido. En las tablas y en el periódico se plasmaron dos puntos rojizos. Por fin, el enemigo murió. Afuera reinaba la oscuridad. A lo lejos ladraban los perros.

"¿Qué será de nosotros y de México en poco tiempo? Las cosas están muy caras; el dinero ya no alcanza..." siguió pensando Andrés. Las manecillas de reloj-despertador marcaban las cinco de la mañana. El zancudo estaba muerto.