NIÑA GRACIOSA
Era una noche tibia y hermosa
cuando de pronto me la encontré
parecía una niña, pero más que una niña
era una graciosa y hermosa mujer.
Como un amigo, al lado de ella,
con voz halagüeña y garbo de hombre
me acerqué a ella y le dije así:
“Hola, chiquilla, ¿cuál es tu nombre?
Ella me dijo pero se me olvidó.
No sé si es Lupe, Susana o Rosa;
no sé, no sé, no recuerdo el nombre
de esa hermosura, niña graciosa.
Tres días después de haberla encontrado,
en noche hermosa yo yendo al Café,
e iba en las calles de mi Orizaba,
otra vez de pronto me la encontré.
¡Hola, chiquilla, muy buenas noches!
-ella sonriente me contestó-,
tu nombre me diste la noche aquélla,
mas no en mi mente grabado quedó.
¡Cállate, oh, niña, niña graciosa;
ya no me digas cómo te llamas;
poco me importa tu nombre, oh, bella,
niña escogida entre todas las damas.
Dame la mano y vamos juntitos.
¿Cómo llamarte? No sé, no sé.
Eres bonita y mucho me encantas
y así otro nombre yo te pondré.
¿Qué te parece, flor de las flores,
rayo de luna, rayo de luz,
si yo te pongo un nombre sencillo,
así como éste: tu nombre es TÚ?
Desde hoy a siempre, niña querida,
si por aquí te hallo o en otra parte,
ya no me digas cuál es tu nombre
porque yo ya sé cómo llamarte.
Cuando con ella así me encontraba,
bajo la noche tibia y azul,
yo fácilmente la saludaba:
¡Hola, chiquilla! ¡Te adoro, oh, TÚ!.