BIENVENIDOS

Hola amigos del planeta, bienvenidos a este sitio, en el que encontrarán textos originales del autor, cuentos y poemas, algunos de los cuales están escritos en náhuatl debido a que en el municipio de Rafael Delgado, Veracruz, México, aún se conserva esta lengua nativa de estos lares.(Pedro Enríquez Hdez.)



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15 nov 2009

PAKILISTLI (ALEGRÍA)

PAKILISTLI
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..................................Con amor a Xelitzá Abril
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Se chokotsin tlahpia,
tlakatl yolkatl kilpia,
totolin ahkopa tlachia,
ah, wan neh nochan inia.

Patlanin tototsin,
kuatlehko mototsin,
tipakih ipan moyolostin,
ah, xitlakuika chokotsin.

Neyawi momamantsin,
tlakah itenanstin.
¿Kanin ye ichantsin?
Ah, tikwikilia se pantsin.

Tonaltsin neh walxotlatok,
totonki techmakatok.
¿Tlekan amo tlamokatok?
Ah, tototsin ne tlakuikatok.

Nitsikuini ipan atsintli,
nimoanelowa ke itskuintsintli,
nipolakiiih ¡se kuatsintli!
Ah, neh nia nikkuitin se sintsintli.

Se ichpokatsin mawiltia
iwan istkui semitian,
ompa owalla chokotsin yen tlahpia
wan kikitskis okinekia,
ye okitoh “ne inia”
wan oyahki otsikuintia.
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ALEGRÍA


Un niño está cuidando,
el señor amarra un animal,
la gallina mira hacia arriba
ah, y yo me voy para mi casa.

Vuela el pajarito,
trepa la ardillita,
tú te alegras en el corazón,
ah, canta, niñito.

Allá va tu madrecita,
veo que ya está viejita
¿Dónde vive ella?
Ah, con que le llevas un panecito.

El sol allá brilla,
nos envía calorcito
¿Por qué no hay silencio?
Ah, el pajarito allá está cantando.

Salto sobre el agua,
nado cual un perrito,
me hundooo ¡una maderita!
Ah, yo me voy a traer una mazorquita.

Una niña estaba jugando
con su perro un día,
ahí llegó el niño cuidador
y la quiso agarrar,
ella dijo “ya me voy”
y se fue alegre saltando.

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XIMITOHTIH (BAILA)

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XIMITOHTIH (BAILA)


Xikwiwixo motlanikueh, ximitohtih;
xikitah siwatl,
masepakih axan
tlaltikpak tikateh.

Masemotankachoh,
masetsikuinih,
masewetska,
masemitohtih,
inin tlalli Totahtsin otechmakak.
¿Tlekan sechokas?
Nekah tliolli, etl, atl
wan ehekatl tlenon sekiyokuis.

Xikitah siwatl,
kualtsin tonah,
totome tlakuikah,
yolkameh pakih.

Amoh xitliokoya:
tikpia mopapan wan momaman,
otlanes kualtsin.

Teh kualli tikah,
tikpia momawan
mometswan,
moixtololowan,
monakaswan;
nochih tikpia, komaletsin,
ikinoh, noyoloh, masemitohtih:
xikwiwixo motlanikueh.
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BAILA
Sacude tus enaguas, baila;
mira mujer,
alegrémonos hoy
que estamos en el mundo.

Bailemos girando,
brinquemos,
riámonos,
bailemos;
este mundo Dios nos lo dio.
¿Por qué hemos de llorar?
Ahí hay maíz, frijoles, agua
y aire que respirar

Mira mujer,
hace bonito sol,
los pájaros trinan,
los animales se alegran.

No estés triste:
tienes papá y mamá,
amaneció bonito.

Tú estás bien,
tienes manos,
tus pies,
tus ojos,
tus oídos;
tienes todo comadrita,
por eso, mi alma, bailemos:
sacude tus enaguas.
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6 nov 2009

AZUL BRILLANTE

Ayer por la mañana, cuando bajaba la pendiente de una barranca en busca de un armadillo, que un día antes el hijo de Ernesto dijo que lo había visto pasar por ahí, lastimado y ensangrentado del lomo, con la concha rota, mi hermana Marcela me gritó para que subiera a verla, que algo tenía para mí. Jadeante y con las manos sucias recibí de ella un sobre doblado y en cuyo interior había un papel con un mensaje escrito en él. ¿Está destinado a mí?

-Sí, es para ti –me dijo Marcela.

Consideré indiscreto abrir delante de ella el sobre de color café y con mi nombre escrito en medio del papel. No tenía sellos ni timbres postales, ni nombre de algún remitente. El sobre estaba liso. Sólo mi nombre “Tetl Xotlatok”, con letras manuscritas, muy brillantes en color azul celeste, lo cual me indicaba en seguida que el remitente era una persona grande de edad, pero que todavía tenía el gusto de escribir con adornos, claro, por lo de azul brillante. ¿Será de mi abuela o de mi abuelo? No. Yo ya no tenía abuelos. Recuerdo que mis abuelos paternos fallecieron cuando yo tenía como siete años de edad. Mi abuelo paterno murió sin conocerlo. Y mi abuela pereció hace como ocho años.

Me limpié las manos, digo, me las lavé, y luego entré a mi alcoba para abrir el sobre y leer el misterioso mensaje. El silencio magnificaba el ruido o el crujir del rompimiento del papel. Extraje con cuidado la hoja escrita. Eran dos hojas de un viejo cuaderno a cuadros. Toda la escritura era en manuscrito. Para no seguir explicando, a continuación transcribo
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El texto completo.

“Lo vio en la noche. Sí, lo vio en la noche. Ella vivía en un lugar semidesértico llamado Nikantiawih. Lo extrañaba mucho porque él había salido para ir a otra esfera pero que llevaba varios segundos que no sabía qué pasaba en su viaje. Sólo los niños reían a carcajadas y ella sentía que la aturdían.

Ante su mirada cayó una hoja seca, tirada débilmente por un suave viento que pasaba como un fantasma. Ella recordó el tren que venía de Oztotla y pasaba en el puente delgado de su pueblo amarillento, con pequeños arroyos y cascadas altas como lianas de los árboles más altos. No, no había oxígeno en sus pulmones. Bueno eso sentía ella. Nunca se imaginó que estaría sola. Solo los perros entendían porque siempre se encontraban amarrados en un viejo árbol que había en su patio, a un ladito del escombro amontonado derivado de una casa antigua que le había dejado su madre.

Pasaron muchos días sin sentir felicidad y pensaba que era porque en las nubes no estaba Dios. Los océanos la inquietaban, pero se alegraba un poco en el fondo de su corazón al pensar que a muchos kilómetros él estaba en algún sitio del universo, pues su viaje era largo, era sideral, el único problema era que no tenía conocimiento en qué lugar exactamente estaba y cuándo regresaría a su lado.

Recordó que el sol ya no brillaba igual. Entonces se soltó a llorar. Se agitaba mucho su corazón. Así estuvo muchos segundos hasta que sintió el calor de un abrazo. De nuevo sintió el suave céfiro que movía débilmente las hojas de los árboles. Percibió un leve calor en su corazón. Sonrió. Era él. Sí, era él.”

Así termina el escrito raro.

"Ese él eres tú", me dijo mi hermana, quien estaba sentada en la orilla de la barranca y cargando el armadillo herido en su lomo.

-Sí. Tal vez. El espacio está abierto; es un jardín donde florecen todas las flores.
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5 nov 2009



IMÁGENES

La acción de volar lo idiotizó. Le dijo que dejara de pensar para no sentirse idiota. Muchos lo miraban porque él, a pesar de que pretendía ocultar, se le notaba en el rostro su nerviosismo. Pero más la huella triste que escurría en su ajada cara. Desde lejos unos niños de secundaria que caminaban cargando sus mochilas le gritaban: “que se arroje, que se arroje”.

Pero él sólo miraba callado. Se veía que sus lágrimas venían muy cerca y estaban a punto de inundar sus pupilas grises. Entonces apareció una mujer de bello rostro, quien se le acercó despacio y le extendió la mano. No supo qué hacer. Siguió mirando hacia arriba. Al levantar la mirada, vi que miraba una solitaria golondrina que surcaba el espacio adornado con enormes pedazos de nubes como algodón recién empacado.

Nadie se movía. Gilberto levantó una mano y señaló con el índice derecho a la muchedumbre que se acercaba al puente colgante que permitía llegar al otro lado del sitio, donde se veían agradables árboles frondosos y un pasto demasiado verde con bellísimas flores que sonreían a todos los caminantes que pasaban por ahí.

Caminaba descalzo para –decía- no lastimar las pequeñas piedras del camino, pero más tenía cuidado de no pisar ninguna flor, ni siquiera los pétalos secos que yacían muertos en los verdosos céspedes del jardín silvestre. Más adelante vio que un enorme hontanar arrojaba un chorro grueso de agua, con muchos litros por segundo. Se acordó que en su casa no había agua para beber. “Ojalá pudiera llevar un poco de agua”, pensó.

A lo lejos se veía una montaña con manchas verdes y blancas. Una niña que estaba sentada ahí cerca, descalza y con la blusa rota, le dijo que las manchas verdes eran los árboles y las manchas blancas eran las piedras. Mariela se sorprendió no por las manchas del cerro sino por la condición de la pequeña. “¿Dónde está tu madre?”, le preguntó. Pero la niña no respondió. Ese cerro se llama Ocotzotla, contestó, en vez de responder la pregunta de Mariela.

Después de pretender hacer una entrevista con la madre de la niña, pero que no la pudo localizar por más que la buscó, Gilberto presumía de su “sagacidad” con Mariela: “A partir de la semana entrante me irá mejor en mis ingresos”, expuso; luego agregó: “el que entra de alcalde es compadre de mi comadre, y es muy seguro que me salpicará un poco de beneficio”. Ya no lo dijo, pero él vivía de la extorsión y del chantaje, y escribía para un periódico cuyos directivos no le pagaban ni un centavo por sus notas y reportajes de pésima calidad.

En tanto que el perro de color café con una franja blanca desde su cabeza hasta el lomo cavaba la tierra y a decir de los niños que nadaban en un charco de una lluvia reciente, el can había olido un armadillo. Y desde lejos la niña que estaba sentada en una piedra gritó: “no es armadillo, es ayotochin”.

Un hombre que se estaba bañando casi desnudo en el río, a un ladito de donde salía más agua en grandes cantidades, se sonrío. Mariela volteó la mirada hacia otro lugar pues se apenó al ver al hombre enjabonado y tomaba agua con una jícara para echársela en el cuerpo.

¿Qué es una jícara?, preguntó un joven de gorra azul que caminaba en la veredita que conducía a las faldas del cerro tomado de las mano con su novia Elsa. La chavala explicó que jícara es una vasija o recipiente de origen natural, comúnmente hecha a partir del fruto jícaro, o bien de la corteza del fruto de la calabaza.

¿Y cómo sabes eso?, interrogó Arnoldo. Ah, pues eso dice Wikipedia, la Enciclopedia Libre –respondió la joven-, además mis abuelos en Tlankuitztempa sembraban las plantas de las jícaras y después de levantar la cosecha y secarla, bajaban a la ciudad Despoblada para vender esos recipientes naturales. “Mi abuela todavía la usa en estos tiempos”, agregó.

En el suelo arenoso, cerca del río, Karime Monterd vio un escrito que no entendía: "Tlakah, amoh xikalakikan ipan inin kolal”. El sol estaba en lo alto y el calor empezaba a calar hondo; la mujer tomó un sombrero que estaba colgado en un tronco a manera de estaca y se lo colocó en la cabeza. Sudaba. Sacó un pañuelo y se secó el rostro. Miraba los ocotes que sobresalían a lo lejos en las tierras empinadas de los cerros. Pensó un poco y luego se preguntó qué querrá decir esa expresión extraña que estaba en el suelo.

Un niño que se encontraba jugando con un perro blanco y una pequeña perra blanca también, a la que el infante le llamaba esta última Alpaca, sonriente le dijo a la mujer: “eso quiere decir señores, no se metan en este solar”.

Jaime abrió los ojos y bostezó, con la mente ida un poco. Vio su reloj. Eran las diez de la mañana. Miró a su derecha y se percató que junto a él estaba echado su perro blanco de nombre Pegaso. Se levantó, se bañó, se desayunó y se fue a trabajar. Sintió que había dormido mucho pero sin haber descansado bien, porque a su cabeza habían pasado muchas imágenes.

4 nov 2009

INCANSABLE

I
Incansable, trabajaba todos los días, entendiendo por día las 24 horas, es decir, el tiempo que abarca la noche y el día. Sólo se protegía de la lluvia y del frío. No pensaba en el ayer ni en el mañana, sólo vivía, trabajaba y comía.

Nunca supe si tenía un lenguaje para comunicarse con sus semejantes, aunque lo más seguro que sí, pues su organización era extraordinaria, envidiable. Ningún adulto se sentaba sino todos cortaban y cargaban para comer y construir sus viviendas.

Mas muchas veces no vivía sola. Además de sus semejantes se hacía acompañar por un enorme ser, que, a pesar de las diferencias en tamaño, presentaba los mismos colores: el rojo y el negro. 

Es increíble. En verdad que me sorprende mucho. Ella tiene la fortuna de poder volar porque hay épocas en que logra tener alas y, entonces, se da el gusto de salir de su casa y volar alto. Pero lo hace después de llover. 

Creo que al igual que en algunas colonias, su casa se inunda y por ende se ve en la necesidad de salir volando.

Una vez, muy tempranito, como a las 5:30 de la mañana, me desperté un poco alarmado porque escuché ruidos afuera de mi casa.

Me levanté rápido en la oscuridad, sin saber la hora, y en seguida salí sigilosamente por la puerta trasera de la vivienda. Prendí la linterna y lancé un potente haz de luz hacía el sitio y… oh, sorpresa, era ella que había llegado con un montón de compañeras. Al ver la luz se acercó a ella con toda la compañía y en verdad me maravilló con su presencia.

A veces me pongo a pensar por qué los seres humanos no somos así: trabajadores, organizados y vivir en paz. Como ella, camina, sube y baja para su casa sin mayores problemas. No cae en envidias ni en odios; no cae en alcoholismo, drogadicción ni ambiciones malsanas que destruyan a los demás. Solo vive y punto. 

Ella y sus semejantes nos enseñan que los seres humanos podemos vivir en paz, podemos trabajar organizados para el bien de todas las comunidades, teniendo como base la solidaridad y la buena intención con los demás.

Cerca de mi casa hay caminos por donde todos los días pasan y caminan con sus cargas. Eso es real. No es ficción y cualquiera lo podría corroborar. A veces de repente desaparece y parece que estuviéramos presenciando una ciudad fantasma. Pero luego de nuevo empieza el movimiento, el ajetreo, las filas, las cargas, el trabajo, la organización, el silencio… es en verdad admirable. Su nombre es hormiga.

II

Eran las mariposas como flores en movimiento. El sol brillaba intensamente en el pequeño arroyo que venía de las montañas, agua fría, casi helada, pero muy transparente cual si fuese un espejo. Un niño que vivía muy cerca en una pequeña choza aprovechaba para mirarse en esa agua mágica. Se tocaba su rostro y alisaba sus cabellos y luego sonreía con su espíritu que se reflejaba en las mansas e inocentes aguas venidas desde lejos.

Al lado izquierdo, se movían alegres los enormes álamos en cuyas copas también cantaban las aves alegremente. Era el inicio de una mañana que prometía ser un gran día. Y todos se daban cuenta de ello. El viento corría silbando entre las espesas ramas de los árboles, los pájaros retozaban de alegría y cantando al mismo tiempo, el sol sonreía en todo su esplendor, el infante acariciaba la superficie acuosa del arroyo.

Fue entonces cuando sonreí. Vi que la vida era todo. Mis seres queridos, el aire, el sol, los árboles, el agua, los cantos divinos, la salud; era en verdad el rostro de un creador que nadie lo ve.

III

El hombre se asomó al profundo pozo y me dijo que también me asomara para ver su profundidad. Tomó una pequeña piedra y la arrojó al fondo. Tardaron varios segundos para que se escuchara el golpe de la piedra que hizo sobre el agua. Eso indicó que la perforación era enorme. “Tiene cien metros aproximadamente”, dijo don Roberto, orgulloso de haber logrado extraer agua de un terreno duro y seco. “Es puro tepetate”, dijo.

Me contó que una vez la noria era jalada por un caballo que se llamaba Centauro. Era un caballo joven y fuerte, pero una ocasión se enredó con una reata y cayó muerto. No lo pudo salvar nadie porque todos, él, su esposa e hijos, andaban afuera. Habían ido a la feria del pueblo. Por eso nadie lo vio. Cuando llegaron se dieron cuenta que el equino estaba ahí tirado, ya muerto; pero al palparlo todavía estaba el cuerpo caliente. Se percataron que el animal acababa de morir. Entre todos tomaron el acuerdo de comérselo asado.

Don Roberto nunca supo si fue por eso que su esposa y uno de sus hijos al día siguiente sufrieron un grave accidente. Dijo que ese día se levantaron temprano. Él iría a ordeñar las vacas que estaban en un establo ubicado a varios kilómetros de donde vivían. Su esposa y uno de sus hijos saldrían del pueblo tempranito para llevar al niño a la escuela de la ciudad más cercana.

Llegaron al cruce más peligroso, donde había una lámina que decía “Cuidado con el tren”. El conductor detuvo el vehículo al ver que muy cerca venían los pesados furgones del ferrocarril. Sin saber por qué, el chofer soltó el freno del autobús y pisó sin querer el acelerador. El impacto fue brutal sobre los pesados vagones. Don Roberto se quitó el sombrero y se persignó al decir que muchas personas se despedazaron por el impacto y diversos miembros de cuerpos humanos se dispersaron por todos lados.

Desde entonces –dijo- ya no uso el pozo profundo, porque cada vez que pretendo sacar agua me vienen los malos recuerdos de mi familia y de mi caballo.